martes, 7 de octubre de 2008

De Dickens a Steinbeck

Por el empedrado de París ruedan estrepitosos los vehículos de la muerte. Seis carretas llevan a la Guillotina el vino para el derramamiento de la jornada. Todos los monstruos devoradores e insaciables imaginados desde que existen testimonios de la humana fantasía parecen haberse fundido en una sola materialización: la Guillotina. Y sin embargo, pese a toda la rica variedad del suelo y del clima, no hay en Francia un tallo de hierba, una hoja, una raíz, un brote, un simple grano de pimienta, que crezcan y maduren en condiciones más propicias que las que han dado lugar a este horror. Y si un día se aplasta a la humanidad, una vez más, bajo unos mazos semejantes, y se la oprime hasta desfigurarla, volverá a retorcerse y a resurgir en las mismas formas violentas y contrahechas. Y si vuelve a sembrarse la misma simiente de rapaz desenfreno y explotación despiadada, dará sin duda los mismos frutos conforme a su especie.

Dickens, Historia de dos ciudades, 1859




Es un texto de una gran belleza. En él Dickens refleja el principio fundamental de una concepción muy antigua, sencilla y práctica de la justicia: ojo por ojo y diente por diente. Tiene Dickens, sin embargo, una originalidad frente a la formulación clásica del principio, y es que tal justicia no se ejercería entre individuos, sino entre clases: si una clase subyuga a otra hasta la extenuación, deberá esperar de ella una inexorable venganza (“La Venganza” es el nombre de uno de los humanos protagonistas de la novela de Dickens).

¿Tiene razón Dickens? La misma idea (y con la misma metáfora) parece defender Steinbeck en “Las uvas de la ira”, publicado en 1939:

La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden; vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando, escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.


Donde Steinbeck describe los efectos de La Gran Depresión de los años 30 en el sector rural americano, por entonces muy numeroso. Y sin embargo, la vendimia anunciada no llegó, o no llegó al menos a los Estados Unidos.

Pero La Gran Depresión no afectó solo a los Estados Unidos, ni siquiera fue éste el país donde más se hizo notar, sino en Alemania. Y ahí tuvo la crisis económica las más fatales consecuencias políticas. Llegó la segunda guerra mundial. La ira tuvo su cosecha y el Terror se materializó como tal vez no lo había hecho nunca antes en Auschwitz.

(el trabajo os hará libres)



Paradójicamente, en Estados Unidos la Segunda Guerra Mundial acabó con La Gran Depresión. La militarización de la industria antes de entrar en guerra, ciertas reformas económicas durante la guerra, y McCarthy y el plan Marshall, después, abortaron toda posibilidad del Terror en Estados Unidos, si es que había tenido alguna.

Quiero dejar aquí una pregunta en el aire. ¿Qué es necesario para que surja un Reino del Terror? Si hacemos caso a Dickens y Steinbeck, pareciera que para esto bastaría con cultivarlo con mimo en las clases bajas de la sociedad. Pero ¿ocurre así siempre? ¿Es ésta una condición suficiente?

3 comentarios. Haz el tuyo.:

Evocid dijo...

Tal vez quien ha dado una respuesta más trabajada a esta pregunta es Carl Marx. Marx escribió “El Capital” en 1870, casi a la vez que Dickens escribía su “Historia de dos Ciudades”. Su modo de ver las cosas es diferente.

Estaba de acuerdo en que todo cambio en la superestructura (instituciones políticas) debería provenir del orden estructural (relaciones de producción). Esta es la postura que podemos decir que describen Dickens y Steinbeck. Ahora bien, para Marx, no acaba aquí la cosa, pues quedarse ahí sería una visión muy simplificada del problema. Los cambios en la estructura no son el último eslabón de la cadena, sino que éstos solo pueden provenir de cambios infraestructurales (medios de producción). Es lo que quiere decir cuando afirma "El molino de viento produce al señor feudal, la máquina de vapor al capitalista industrial"

Para Marx es condición necesaria un profundo cambio en los medios de producción para que se produzcan grandes cambios sociales. Sin éste cambio, la ira no obtendrá su cosecha.

Esto (un cambio infraestructural) lo podemos ver en el caso que dio lugar a la revolución francesa, pero ¿a la gran depresión? Se enfrentaron aquí los marxistas a un problema serio. De acuerdo a la teoría de Marx, la revolución que debería acabar con el sistema capitalista tendría que producirse en un lugar en el que el capitalismo estuviera lo suficientemente desarrollado como para considerar que la infraestructura habría cambiado de un modo sensible. Así es que se esperaba la revolución en algún país fuertemente industrializado, como era el caso, por ejemplo, de Gran Bretaña. Ocurrió, sin embargo, en Rusia (posteriormente en China), lugar donde si bien el ritmo de industrialización era muy fuerte, el capitalismo no estaba ni mucho menos tan desarrollado como era el caso de otros países europeos. El campesinado aun era un sector fundamental. En realidad más bien parece que fueron una serie de derrotas militares (contra un pobre Japón y en la 1ª Guerra Mundial) las que acabaron desencadenando el proceso revolucionario.

Be_Agua dijo...

No sé si sería suficiente, pero sí que necesario para resurgir un nuevo Terror que hubiera habido un cambio de tener más a tener menos en la clase que fuera.

Porque las que solo conocen la opresión y la miseria desde que nacen no conocen a su vez la diferencia que les lleve a la ira.

Evocid dijo...

Agua, los que hicieron la revolución en Francia solo conocieron opresión y miseria, hasta que se rebelaron.

En este caso, y en mi opinión, lo que hizo falta fue no solo unas condiciones de vida miserables, sino tambien una nueva clase alta con pretensiones, la burguesía. Ellos aprovecharon el caldo de cultivo que había sembrado la aristocracia para relevarla del poder. Luego la cosa se le fue de las manos.