domingo, 22 de febrero de 2009

Los potlatch de la sociedad industrial

Acabo de ser invitado a una boda, con todo lo que eso conlleva: me darán de comer y beber muy bien (o al menos muy caro) durante casi un día entero. En correspondencia habrá que regalar algo a los novios, en mi caso seguramente sea dinero. Lo más curioso es que yo conozco a los novios de haber coincidido con ellos en otra boda, hace unos 6 meses, en la que intercambiaría palabras con ellos durante unos 20 minutos. Solo de eso los conozco. A la boda irán conmigo otras 150 o 200 personas, así que será una fiesta grande; grande y cara. Las bodas son la más clara manifestación de un curioso fenómeno: parece que determinadas fiestas han de ir siempre acompañadas de despilfarro y, en muchas ocasiones, ostentación. Es el caso de bautizos, cumpleaños, comuniones, fin de curso,...

Sin embargo no hay razón para que esto sea así. El concepto de "fiesta" no incluye el de "despilfarro", en realidad también existen fiestas austeras, así que es oportuna una explicación ¿por qué estas fiestas son así y es tan difícil concebirlas de otra manera? Mi opinión es que estas fiestas son hasta cierto punto similares a los potlatch que celebraban algunos indios americanos y a otras fiestas muy parecidas en diversas partes del mundo. Echaré para explicar esto mano del fantástico libro “nuestra especie” del antropólogo Marvin Harris (autor de obligada lectura para todo aquel interesado en saber quiénes somos)

Se distinguen dos tipos de comportamiento político-económico en sociedades primitivas. Hobbes tenía la creencia, aun hoy muy común, de que existe una natural predisposición del hombre a ansiar el poder, lo que haría necesario al Estado para armonizar tales aspiraciones y establecer la paz donde en su ausencia habría una perpetua lucha.

Sin embargo en algunas sociedades primitivas pequeñas se pueden observar sistemas igualitarios, próximos al comunismo, y en las que los bienes son distribuidos bajo el principio de intercambios recíprocos, por el cual "la gente ofrecía porque esperaba recibir y recibía porque esperaba ofrecer". En este tipo de sociedades la suerte suele jugar un papel importante en la disponibilidad de recursos (alimentos), de modo que este sistema actúa como una especie de seguro: "si hoy que he tenido caza soy generoso, mañana cuando no tenga lo serán conmigo".
En este tipo de sociedades, de la que los !kung son un ejemplo característico, puede haber cabecillas, pero estos no tienen poder coercitivo sobre la tribu o aldea, y no se les permite jactarse. Su poder es más bien de carácter persuasivo y se basa en el respeto: han de ser trabajadores y generosos para poder conservarlo.

Uno podría pensar que en este tipo de sociedad, donde la propiedad privada prácticamente no existe (salvo algunos efectos personales) es vulnerable frente a los "abusones", gente que toma y no da, pero en estas sociedades suele haber mecanismos inconscientes de defensa: un abusón podría ser acusado de brujería (o algo similar), acusación frente a la que estaría blindado si la persona está bien considerada.

Cuando la población y el número y tipo de bienes se vuelven numerosos la “intimidad tribal” desaparece, y entonces el anterior mecanismo de intercambios recíprocos deja de ser eficaz para garantizar una reparto equitativo. Entonces el intercambio recíproco es sustituido por la redistribución. El papel de "redistribuidores" será asumido por los cabecillas. El sistema funciona así: los cabecillas o “grandes hombres” acumularán una gran cantidad de bienes para luego redistribuirlos entre la población en unas jornadas festivas. La jactancia no solo les es permitida, sino que es conveniente, pues en caso contrario difícilmente podrían desempeñar su papel. Un ejemplo característico de este tipo de sociedad son los kwakiutl, cuyas jornadas de redistribución son los banquetes competitivos llamados potlatch. Los jefes redistribuidores kwakiutl se vendían diciendo cosas como ésta:

Soy el gran jefe que avergüenza a la gente [...]. Llevo la envidia a sus miradas. Hago que las gentes se cubran las caras al ver lo que continuamente hago en este mundo. Una y otra vez invito a todas las tribus a fiestas de aceite [de pescado...], soy el único árbol grande [...]. Tribus, me debéis obediencia [...]. Tribus, regalando propiedades soy el primero. Tribus, soy vuestra águila. Traed a vuestro contador de la propiedad, tribus, para que trate en vano de contar las propiedades que entrega el gran hacedor de cobres, el jefe.


Estos jefes redistribuidores o grandes hombres dieron más tarde paso a otras figuras autoritarias tales como los reyes, pero esa es otra historia.

La diferencia característica entre la reciprocidad (!kung) y la redistribución (kwakiutl) es la aceptación de la jactancia como atributo de liderazgo frente a la modestia.

Ahora bien, la condición material necesaria para que la sociedad adopte un sistema redistributivo es que la actuación del redistribuidor incremente la producción, aportando ventaja al grupo. Su actuación hace que la gente trabaje más duro, pero esto no siempre es bueno, pues pueden agotarse los recursos. Por ejemplo, en sociedades cazadoras-recolectoras este riesgo es en principio mayor que en sociedades que han desarrollado la agricultura. Sociedades agrícolas serán por tanto más dadas a tener ese tipo de cabecillas. La clave es, ¿hay margen para la intensificación de la producción? Según sea la respuesta a tal pregunta, será posible o no que se pase de un sistema al otro.


La sociedad industrial moderna no tiene, en cuanto a métodos productivos, nada que ver con las sociedades primitivas. Sin embargo hay puntos en común con el segundo tipo de sociedad mostrado (kwakiutl). En la sociedad industrial fuente de riqueza y poder de las modernas clases altas reside en el aumento del consumo, así que éstas se sienten alentadas a propiciarlo. Hay margen para intensificar la producción, y este margen es explotado.

En estas condiciones, la jactancia por parte del de la población resulta beneficiosa para las clases altas, pues con ella, al igual que pasaba con los potlatch, se estimula la economía a una mayor producción, aunque ya no de alimentos, sino de otro tipo de bienes. Como dice Harris, "Cuantos más Maseratis y trajes de alta costura, mejor, siempre y cuando, por supuesto, salgan al mercado nuevas marcas aún más exclusivas una vez las primeras se hayan convertido en algo demasiado común".

Comportamientos ostentatorios como el de la boda a la que estoy invitado son pues la respuesta de la población a una exigencia social establecida en principio por las necesidades de las clases altas, si bien ha acabado formando parte intrínseca del sistema, aparentemente imprescindible para evitar su desmoronamiento.

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